domingo, 23 de octubre de 2011

INDIGNADOS CON SU PROPIA VIDA



Falta de motivación. O de higiene. De respeto, de educación, de carisma o de ganas de trabajar.  Así son los “señores” que el sábado por la tarde se dedicaron a la noble tradición progre de aporrear cajeros automáticos, romper cristales, mobiliario de locales de hostelería, etc.

Les presento, mis estimadísimos lectores a José Rafael Palomo. Español, casado, 48 años, residente en Badalona y de profesión, “limpador”. Así se define este señor cuando le interrumpo en su ingrata labor, sobre las cuatro y media de la tarde, en la plaza de Cataluña de la ciudad condal, cuando el sol azota sobremanera.  “Indignado con los indignados, por no decirle otra cosa, usted ya me entiende”, me confía casi al oído. José Rafael no estaba el sábado pasado destrozándolo todo, sino que (como tantísimos otros españoles), se dejó media tarde conduciendo en primera marcha, porque, según había oído en la radio, unos cuantos degenerados habían decidido cortar las calles del centro de la ciudad, y llevando al traste con ello su anhelado sueño de llevar a su esposa e hijos a merendar y al cine. La primera en la frente. Pero es que además de ello, mi nuevo amigo José Rafael lleva desde el lunes limpiando pintadas y recogiendo restos de plásticos, botellas y otros desperdicios, desde las ocho de la mañana hasta las cinco de la tarde. Todo gracias a los indignados.


 ¿Demasiado tiempo libre? ¿Ganas de cebarse con los menos desfavorecidos? Les aseguro que el señor que casi lloraba al ver los destrozos que estos maleantes habían causado en la terraza de su bar, ese bar donde invierte sus tardes de fin de semana para llegar a pagar la hipoteca cada mes., no tenía la culpa de ninguna crisis. Muy indignadas también las señoras de la limpieza de todas las oficinas de entidades bancarias, que gracias a estos elementos, han visto endurecida y alargada su jornada laboral. Genial día para los empleados de banca, entre mil y milquinientoseuristas (como la chica que asesinó un desgraciado hace meses porque “el banco quería embargarle”), quienes tuvieron que abrir las sucursales con el miedo en el cuerpo de que un progre rastafárico le agrediese o interpelase por intentar pagar sus facturas, corbata al cuello.


Así son los indignados. Indignados con los trabajadores, los ciudadanos que pretendían disfrutar de su fin de semana de relativa libertad, con los taxistas, los conductores de autobús, los empleados de bares, o el personal de limpieza. Cruel y pueril venganza contra los que nada tienen que ver. Todo ello, por supuesto, con el beneplácito de las instituciones públicas (que permitieron tal caos) y la aquiescencia de las fuerzas y cuerpos de ¿seguridad? del “estado”.


Indignados con la gente de a pie, mientras el banquero, el gran empresario y el eurodiputado se carcajeaban en sus butacas, en lo que se encendían otro puro. Los de un color, agradeciendo a los degenerados su esperpéntico derroche de idiocia; los del otro riéndose de ellos.


Mientras José Rafael y tantos otros limpian, los comerciantes se dejan las uñas reparando sus cristales y todo parece que vuelve a una relativa normalidad, los euridiputados seguirán asignándose partidas presupuestarias, los directivos de banca hipotecarán a la nación entera si es menester para asegurarse una vejez dorada. Entre tanto, los indignados con su propia vida ya planean su siguiente hazaña: despertarse a las 12 del mediodía para fumarse un porro, beberse un calimocho y patear las puertas de alguna tienda. Y, si nadie mira,coger algo.